Por M.Connor
Mayo 26, 2012. Se suponía que seria una gran ocasión, el día en que yo caminaría hacia el altar en el vestido de novia de mi madre, con peonías en mi mano, mi mejor amiga a mi lado, familia y amigos observando llenos de gozo. Se suponía que sería el día en que yo comenzaría un nuevo capitulo, el día de mis sueños finalmente se haría realidad. Poco me imaginaba yo que Dios tendría otros planes.
Mayo 26, 2012. Se suponía que seria una gran ocasión, el día en que yo caminaría hacia el altar en el vestido de novia de mi madre, con peonías en mi mano, mi mejor amiga a mi lado, familia y amigos observando llenos de gozo. Se suponía que sería el día en que yo comenzaría un nuevo capitulo, el día de mis sueños finalmente se haría realidad. Poco me imaginaba yo que Dios tendría otros planes.
Nos conocimos en el invierno del 2010-- eso es, yo y Dios. Él siempre
tuvo sus ojos puestos sobre mí, pero yo vagamente sabía quien era él. Tan
pronto como comencé a pasar tiempo con él, nuestra relación floreció en algo
especial. Él se preocupaba por mí y me amaba como ningún otro. Él llenó un gran
vacío en mi corazón.
Así fue como conocí a Dios. También es como llegué a conocer al hombre
con el cual creí que me casaría.
La relación comenzó como muchas otras, siguiendo expectativas culturales
en lugar del diseño de Dios.
Citas, sexo, noches juntos, encuentros con los padres, integración de nuestras mascotas (él, un perro; yo, dos gatos). Luego de 10 meses, en una tarde nevada de Domingo en frente del lugar donde por primera vez nos conocimos, él me pidió que fuera su esposa. En verdad fue muy romántico. Hasta un extraño que pasaba nos gritó ‘felicidades’ desde la ventana de su carro.
Citas, sexo, noches juntos, encuentros con los padres, integración de nuestras mascotas (él, un perro; yo, dos gatos). Luego de 10 meses, en una tarde nevada de Domingo en frente del lugar donde por primera vez nos conocimos, él me pidió que fuera su esposa. En verdad fue muy romántico. Hasta un extraño que pasaba nos gritó ‘felicidades’ desde la ventana de su carro.
Yo estaba emocionada de estar comprometida--de finalmente dirigirme
hacia el matrimonio--pero algo no se sentía del todo bien. Yo percibía una
resistencia en mi corazón, como si no estuviera segura sobre algo. Pero él era
un buen chico--la edad perfecta, atractivo, divertido, buena persona, de una
familia decente. ¿Qué más quiere una mujer?
Así que decidí avanzar. Aun cuando acababa de comprar mi propia casa, la
entregué y me mudé con él un día de primavera en Marzo. Todos tienen que hacer sacrificios por amor, yo razoné. Ahí es donde terminaremos de todas formas.
¿Porqué no comenzar ahora? Al principio, era emocionante y se sentía como
la mejor decisión. Pero una diferente historia pronto salió a la luz.
Luego de algunos meses viviendo juntos, Dios sacudió las cosas. Yo
acepté una oportunidad de trabajo asombrosa en otro estado, así que dejamos
atrás la casa que acabábamos de remodelar y manejamos a través del país (con
mascotas a bordo) para comenzar nuestra vida lejos de casa, familia, amigos, e
iglesia.
Poco después de habernos instalado, una amiga del trabajo me recomendó
que visitáramos una nueva pequeña iglesia Presbiteriana en el área. Yo estaba
un poco recelosa, puesto que recientemente había sido bautizada en una iglesia
no-denominacional, pero estuve de acuerdo en darle un vistazo de todas formas.
Inmediatamente me encantó y sentí que ésta podría ser mi iglesia local. En mi
segunda visita, llené una tarjeta de visitante, que hacia algunas preguntas
acerca de cómo me gustaría involucrarme. ¿Quería unirme a un grupo particular?
¿Ser parte de un equipo ministerial? ¿Tomar café con el pastor? El café sonaba
bien. Marqué esa casilla. Mas tarde esa semana, el pastor me escribió un correo
electrónico, preguntando cuando quería tener la reunión. Que gran
oportunidad para poder conocerlo y aprender más sobre la iglesia, pensé. Quizás
él hasta esté dispuesto a oficiar nuestra boda en pocos meses. Mis altas expectativas
se tornaron en frustración cuando le mencioné la posibilidad a mi prometido.
"¿Café? ¿Con un pastor?" él preguntó. "Uy no. Eso es demasiado
raro."
Luego de semanas de obligarlo, de orar, de esperar, y de rogarle, él
finalmente accedió. Sin embargo nuestras discusiones sobre el asunto
continuaron---aun mientras caminábamos juntos hacia la puerta de la casa del
pastor. A pesar de todo, yo lo disfruté y esperaba ansiosa una oportunidad de
conversar con el pastor y su esposa nuevamente. Yo podía imaginarlos a ellos
siendo nuestros amigos--una pareja que podría ayudarnos como guía en nuestro
matrimonio y a acercarnos más Dios.
Antes de poder casarnos, la iglesia nos pidió que completáramos una
seria de sesiones de consejería, así que acomodamos una hora para encontrarnos
con nuestro nuevo pastor. Él nos recomendó que comenzáramos a leer el libro “Cuando Pecadores Dicen: Acepto” de Dave
Harvey. Lo pedí por internet, junto al libro de Tim y Kathy Keller, “El
Significado del Matrimonio” (The Meaning of
Marriage.) Y en mi determinación de ser la mejor esposa
Cristiana que pudiera ser, también compré una copia del libro de Carolyn
Mahaney “Atractivo Femenino” (Feminine Appeal.) Yo creía que estos libros nos ayudarían a
estar listos para uno de los pasos más importantes que íbamos a tomar.
Y ayudaron, pero en una forma que yo no esperaba.
Mientras comencé a leer el libro de Harvey, el primer capítulo me dejó
fría. Él explicó que la fe es la parte más importante de un matrimonio. ¿Fe?
¿En Serio? Aunque ahora yo era Cristiana, nunca había considerado éste punto
antes. Harvey explica que la fe es como el primer botón de una camisa--si te
equivocas en ese, lo demás no va a estar en línea.
Comencé a considerar cómo ésta idea se materializó en el episodio en que
visitamos la casa del pastor, sin mencionar la tarea semanal de rogarle a mi
prometido que fuera a la iglesia, tratando de convencerlo de que asistiera a un
estudio Bíblico, y pidiéndole que se acordara de orar antes de la cena. ¿Se
supone que sea así de difícil?
No, no es así, eso lo aprendí de Harvey, Keller, y de mi pastor. Comencé
a darme cuenta de que tal como mi forma de pensar sobre el sexo había sido
manchada viéndolo como un prerrequisito para el amor, también había tenido la
idea equivocada sobre los rasgos más importantes en un matrimonio. Mientras
continuaba leyendo y hablando con otros Cristianos, nadie me dijo que era una
buena idea que me casara con alguien que tenia una cosmovisión diferente. En
otras palabras, yo había llegado a amar a Jesús y a tomar mis decisiones
basadas en Él; mi prometido no. Esa discrepancia se convirtió en veneno en
nuestra relación--levemente notoria al principio pero eventualmente
corrompiendo casi todo aspecto de nuestras vidas. Mientras me acercaba más a
Dios, me alejaba más de la idea de quererme casar con alguien que no tuviera
una relación con Él.
La enseñanza de Keller sobre Efesios 5 me ayudó a aclarar lo que yo
estaba descubriendo. Efesios 5:25-27 dice:
Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha.
Gracias a Dios, su Espíritu Santo me habló en un día de semana a
comienzos de Enero cuando mi amiga abrió la Biblia en este pasaje y me mostró
la verdad. Entendí que Dios desea que el matrimonio imite el amor desinteresado
de Jesús por su pueblo. Yo estaba asombrada. ¿Mi esposo está supuesto a guiarme
más cerca de Dios? Inmediatamente rompí en llanto. Seguí estudiando, tratando
de entender cómo fue que llegué a estar tan desfasada. "Él es un buen
hombre," argüí. "Sí, ¿pero es él Cristiano?" la gente me
preguntaba en respuesta. "¿Pero si lo dejo, no estaré yendo en contra de
lo que Dios dice, sobre amar al incrédulo?" Sorpresivamente, no. Yo aún no
estaba casada. No había hecho un compromiso con él delante de Dios. No estaba
ligada a él. Por mucho que doliera decir adiós, yo sabía que ésta no era la relación
que Dios deseaba para mí. Él me prometía mucho más, y yo no iba a encontrarlo
en un matrimonio con un incrédulo.
Mientras esta devastadora comprensión fue asimilada, comenzamos el
proceso de desamarrar nuestras vidas. Y en cuestión de semanas, mi ex-prometido
se dirigió de vuelta a su hogar con sus pertenencias, incluyendo el perro al
que yo había aprendido a querer, y todas mis esperanzas y sueños de toda una
vida de felicidad juntos. Ambos sabíamos que él tenía que encontrar a Dios en
sus propios términos, a su manera.
¿Quién hubiera imaginado que el simple hecho de marcar una casilla en un
formulario de iglesia terminaría eventualmente en un corazón roto,
perdida financiera, y una soltería no deseada? Aunque es difícil y triste, Dios
estuvo ahí en cada paso del camino. Él estuvo ahí en la simple manera en la que
terminó, a pesar de que nuestras vidas estaban ligadas casi en todo. Él estuvo
ahí en el apoyo y amor que nuestra familia y amigos proveyeron. Él estuvo allí
para darme una sensación de paz que trasciende todo conocimiento. Dejada a mis
expensas, roturas previas me habían noqueado y dejado en los puntos más bajos
de mi vida. Pero ésta ves, con más camino recorrido en la relación que en ocasiones
anteriores, yo me encontré verdaderamente bien. Yo creo que la obediencia a Dios
hizo la diferencia. Aunque duela mucho, Dios siempre está ahí para recoger los
pedazos.
El matrimonio y una familia siguen siendo las dos cosas que mas quiero en la vida, pero sé que están en el control de Dios--no el mio. Antes de conocer a Dios, traté de controlar mi vida relacional al tomar decisiones pobres y sacrificios que dieron poco resultado. Ahora, encuentro realización en Dios, Él es mi roca, el único que merece mi amor y atención. Aunque ha sido una lucha diaria confiarle a Él las cosas que mas me importan, él me ha comprobado que me busca a mí. Dejo mi futuro en sus manos.
Publicado originalmente en ingles el 26 de Mayo en: TheGospelCoalition,
como:.Today Was Supposed to Be My Wedding Day escrito por M.Connor